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la molineta

Muerte en San Jorge

Muerte en San Jorge

Este miércoles me levanté a las seis. Me tomé un café que luego vomité al echarle sal en vez de azúcar (así de dormido iba). Me tomé otro café. Luego salí de casa y me planté en la plaza que hay cerca de mi librería para empezar a montar la parada. Allí me encontré con mis compañeros de librería y papelería, igual de jodidos que yo.

Por el camino me habían ofrecido ya unas siete rosas que yo decliné.

Llegó el camión del transporte con decenas de cajas de libros y tres paquetes con sucias carpas de metal y plástico que nos resguardarían del duro sol.

Montamos la primera carpa, quedó fenomenal.

Intentamos montar la segunda. No tenía instrucciones así que seguimos la lógica empleada en la primera carpa. Pero era diferente. Perdimos media hora. Al final logramos una pseudo-carpa de estabilidad dudosa.

Intentamos montar la tercera carpa. Tampoco tenía instrucciones. También era diferente. Eran las ocho y media de la mañana y aún no habíamos abierto las cajas de libros, peleados con las putas carpas. Yo sólo quería una cerveza. ¿Qué? Sí, tenemos "El Juego del Ángel", en cuanto lo saquemos de las cajas se lo doy.

Decidí que estar en la carpa era una mierda y que me necesitaban en la librería, donde está el fondo literario. Así que les dejé tirados y me fui al bar. El cuarto de tortilla me sentó mejor que a un israelita un copo de maná. El del bar me preguntó si tenía "El Juego del Ángel". Yo sólo asentí mientras masticaba tortilla y bebía café con leche. Iba a ser un día muy duro.

 

Entré en la librería y me puse a colocar el pedido urgente a toda hostia. Ya entraban los primeros clientes cuando me di cuenta de que ni siquiera habíamos encendido las luces aún.

Me pidieron tres libros especializados con título de palmo que no encontraba ni en la puñetera web del ISBN. Mientras el chico me miraba con lástima, yo me preguntaba quién podía ser tan CABRÓN como para regalar en Sant Jordi ensayos sobre microeconomía ucraniana. Al final desistió y me pidió "cualquier novelita entretenida". Yo le ofrecí "El Juego del Ángel". No eran ni las diez y media y ya había traicionado mis principios.

 

A las once y media se había agotado el libro de las narices. Llamé al enlace de la parada para que me trajera de allí un par de cajas y me dijo que se les había agotado también. Me cagué en la sota de bastos.

La mañana transcurrió en un frenesí hipnótico. Las horas avanzaban con rapidez pero al mismo tiempo parecían no discurrir nunca. Vendía a Delibes y a Capote. Vendía los últimos premios literarios. Una chica con cara alucinada me pidió la narrativa completa de Lovecraft que yo, como buen friki, tengo siempre en mi fondo. Una mujer extraña me pidió "La catedral del mal". Yo le di "La Catedral del Mar", pero no se fue convencida. Un chaval de unos diecisiete años me pidió "Miedo y Asco en Las Vegas", de Hunter Thompson. Se lo di en mano, diciéndole que era genial, y él sonrió aturdido. Me di cuenta de que su cerebro debía estar ya destruido por las drogas y que, efectivamente, el libro le venía como anillo al dedo. Sin duda, Dios ha creado a un lector adecuado para cada novela.

Llegaron cinco cajas de "El Juego del Ángel" que duraron hasta mediodía, cuando yo renuncié y me fui a comer con el primer turno, casi todos personal de la sección de papelería. La camarera perdió la nota. Cuando al fin llegó el primer plato entrcute; en el restaurante mi jefe y pidió una botella de cava. No eran ni las tres de la tarde y el tío ya iba camino de coger un cebollón.

Debo contaros algo sobre mí: soy muy junto de muslos. Así que cuando salí del restaurante descubrí con horror que iba rozado. Llegué a la librería andando como Lucky Luck tras caerse por un barranco. Y como mi calzado era una mierda, también iba medio cojo. Súmale la barba de toda la semana y parecía un monstruo surgido de las profundidades de la tierra.

Llegué a la librería y se fueron a comer los del segundo turno, que debido a una magnífica organización eran todos de librería. Me quedé sólo. Y entonces vi a mi jefe entrar con las mejillas sonrosadas, coger su chaqueta, e irse. Sentí el horror subir por mi espina dorsal. ¿A dónde iba? ¿A DÓNDE IBA? ¡VUELVE! Pero ya se había ido. En moto y con una botella de cava en el cuerpo como mínimo.

Por supuesto, las cajas se jodieron. Y las impresoras se atascaron. Así que una de las cajeras atendía a clientes exigentes mientras yo arreglaba ordenadores a puñetazos. No me preocupé por la cajera: ella sabía de sobras dónde estaba "El Juego del Ángel".

Luego vinieron unos tíos del AMPA de no sé qué colegio. Siempre he pensado que debería escribirse HAMPA. Y tener de presidente honorífico a Mario Puzo. Me jodieron bien, querían no sé qué apaño en el precio de los libros para poder venderlos ellos como si fueran incunables. Al final, volvieron los demás y yo pude regresar con mis libros.

 

Hacia las seis de la tarde vino el enlace de la parada con una nota. Quería el libro que figuraba en esa nota. En ella había escrito algo así como un churro arabesco del todo indescifrable. ¿Qué es esto? No lo sé, me dijo. Yo maldije a los dioses. Llamé por teléfono a la que había escrito la nota. No lo cogía. Nadie lo cogía. Al final decidí salir yo mismo de la tienda, ir a la parada, descifrar la nota, rapiñar títulos que me faltaran en la librería, y volver con mi trofeo. Tardé una hora en salir de la tienda. En serio. De seis a siete. Era imposible. Clientes furibundos aparecían de detrás de las estanterías para exigirme títulos. "Por favor, es sólo una pregunta". ¡Grave error del librero, el atender a esa pregunta! Invariablemente, esa "sólo una pregunta" era "¿Qué me recomiendas?".

Huí. Llegué a la parada y vi tres cajas de "El Juego del Ángel". ¿Qué hace esto aquí? pregunté a mi enlace. Él dijo: no sé, están desde esta mañana. ¿No me habías dicho que no quedaban? Él se encogió de hombros con una sonrisa y yo me cagué en el rey de oros. Le obligué a cargar con las tres cajas hasta la librería. Y lo logró, el tío. No sé cómo.

 

Volví y mi jefe se volvía a marchar. Yo ni siquiera le había visto volver, pero ahí estaba, con las mejillas más rojillas que un paquete de Marlboro, subiendo a su moto. ¡Esto va viento en popa! me gritó mientras desaparecía tras la esquina.

 

Las últimas dos horas las pasé en un remolino de títulos, polvo, libros y escozor de muslos. Me pedían "El Juego del Viento" y "La Sombra del Ángel". Me pedían "Las malévolas", de Littell. De verdad. Yo no sé qué extraña asociación de ideas debió hacer ese cliente para renombrar así un título como "Las benévolas".

Vendimos muchísimos libros. Malos y buenos. Clientes con pinta intelectual compraban bazofia y cholos con anillos de sello de oro me pedían las obras completas de Conrad. No se puede juzgar un libro por las tapas, y nunca mejor dicho.

Al final, cerramos la tienda y nos fuimos todos a la parada a desmontar las carpas y encajar los libros sobrantes. Pero el transportista llamó diciendo que se había perdido. Tomamos una cerveza para hacer tiempo mientras las piernas nos daban calambrazos. Llamó de nuevo el del camión. Se había vuelto a perder. Yo no necesitaba ni beber mi cerveza: se infiltraba en mi cuerpo por osmosis. Como si echaras en un vaso de leche una magdalena de hace un mes. Succión total.

Llegué a casa a las once. Cuando me metí en la cama no me dormí: entré en coma. Luego me desperté y pensé: tengo que escribir algo para el blog de la Molineta.

 

Ha pasado otro Sant Jordi. Exhaustos pero satisfechos, los libreros reflexionamos: una vez más, el país entero se ha creído la trola de que en España se lee. Y esto es sólo un prólogo: aún quedan muchísimas Ferias del Libro. Pero yo sé que a muchos les gustará el libro que les hemos aconsejado y, quizá, comprarán otro. O no. Aunque es bonito pensarlo.

Entretanto, hemos decidido exigir a Recursos Humanos que establezcan un nuevo tipo de baja laboral: La "Baja por Sant Jordi". A ver si cuela.

Cuidaos, amigos.

 

 

6 comentarios

Dostospos -

Hola Pablo, ya me imaginaba que los tiros iban por ahí, pero todavía no lo he podido leer al completo, aunque me lo imagino.

Eoghan, ese comentario que has hecho sobre que algunas personas escogen un libro por las tapas que tiene me ha hecho gracia. Cuando yo era pequeña estaba de moda eso de vender libros a domicilio y mucha gente compraba colecciones completas de libros de tapas duras con letras doradas, simplemente para llenar las estanterías.

Un saludo para los dos

Eoghan -

jejeje la verdad es que pese a los mil desastres que ocurren cada año, el mes de Abril es la mejor epoca para un librero. Me sorprende porque viene muchas personas cuyas parejas jamas se acercan a un libro, y se esfuerzan muchisimo en buscar algo que les sea adecuado, con mucha ilusion. A mí ese gesto me parece precioso. Y de los capullos... pues bueno, siempre salen anécdotas que contar. Un saludo amigos!

Pablo -

Lo que quería decir es que si no hubiera pasado por todas esas calámidades, Javier no habría escrito un post tan divertido...

¡Que vengan más San Jordis!!!

Un abrazo.
Pablo.

Dostospos's -

Pablo, mi cabeza durante unos segundos no ha dejado de humear intentando descifrar tu frase, pero me parece que ya lo he adivinado. Claro, si es lo que yo me pienso, je,je,je.
Pero por si acaso, acláramelo.

Todavía no se puede leer correctamente el post, aunque no sois los únicos, porque hay alguno más por ahí que va cambiando el tipo de letra a su antojo. Mira, hasta la red tiene sus días malos, que vamos a hacer.

Un abrazo

Pablo -

Bueno... no es por tener mala leche pero tus malos días se convierten en nuestros buenos ratos ;)

Genial.

Un abrazo.
Pablo.

Dostospos -

Me parece que tenéis un problema técnico, no sé si es pasajero, pero no he podido leer el texto completo. Ya me pasaré en otro momento.